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Cradle to Cradle: hacer las cosas bien de una vez por todas

El químico alemán Michael Braungart, de la mano con el arquitecto estadounidense William McDonough, idearon el concepto y certificación Cradle to Cradle ™ (de la cuna a la cuna), una filosofía de diseño que compara los procesos industriales y comerciales con un proceso de metabolismo biológico, donde los desechos equivalen a nutrientes que pueden ser recuperados y reutilizados.

En eso radica la diferencia entre los materiales técnicos y biológicos. Esta filosofía de diseño considera a todos los materiales que intervienen en los procesos industriales y comerciales como nutrientes, de los cuales hay dos categorías principales: los técnicos y los biológicos.

El diseño Cradle to Cradle se inspira en el metabolismo de la Biosfera como modelo para el desarrollo del flujo del metabolismo de la Tecnosfera para los procesos industriales, y centra el diseño en un principio, en la ecoeficacia, es decir, en lo relativo a que los flujos de productos tengan un impacto positivo, a diferencia de los enfoques tradicionales que se centran en la reducción de los impactos negativos.

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En algunos casos, la durabilidad no es la estrategia óptima de algunos bienes de consumo, que terminan en la basura o son m uy difíciles de recuperar con procesos de reciclaje. Por eso es preferible diseñar los productos de tal manera que la pureza del material se mantenga y sea fácil extraer sus componentes para su regeneración o su devolución a la tierra.

Cradle to Cradle se basa en tres principios fundamentales: Basura = Alimento, Aprovecha la energía del Sol y Celebra la Biodiversidad. La industria actual propone ser más eficiente buscando una salida a la crisis de recursos naturales y energía. Por eso predica: reducir, evitar, minimizar, sostener, limitar, detener. Creen en la ecoeficiencia, que significa “hacer más con menos”, un precepto que en términos ecológicos no es nada aconsejable, puesto que, aunque aparentemente es algo admirable, no es una estrategia de éxito a largo plazo, porque no va a las raíces. Ser ecoeficientes sólo ralentiza el problema y no alcanza para salvar al medio ambiente. Sólo supone apoyar que la industria acabe con todo, de forma callada, persistente… Esa es la tesis de este libro.

El término ecoeficiencia fue promovido por el Business Council for Sustainable Development (Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible), un grupo de 48 promotores industriales que concibieron las famosas tres “R” –reducir, reutilizar, reciclar– tan populares en la vanguardia ecologista.

Evidentemente, reducir el consumo de recursos, el uso de energía, las emisiones y los residuos resulta también beneficioso para el medio ambiente –y para la moral de las personas–, pero nada más alarga la agonía del sistema: Sólo limita la cantidad de emisiones de la industria, que, al ritmo actual, no evitará las secuelas para los ecosistemas. Por otro lado, la otra R, Reutilizar residuos es encomiable, pero, durante su manipulación, no evita la contaminación y nada más sirve para llevar el problema a otro sitio. Un ejemplo, la “compra venta de emisiones” propuesta por el Protocolo de Kioto– no hace más que legalizar licencias para dañar ya que puede autorizar que una papelera en el sudeste asiático pueda verter productos clorados a las aguas, provocar enfermedades a la población local y destruir los ecosistemas, sin salirse de la legalidad.

En contraste, la ecoefectividad que impulsan William McDonough y Michael Braungart en su libro “significa trabajar sobre las cosas correctas –sobre los productos, los servicios y los sistemas correctos–, en lugar de hacer que las cosas incorrectas sean menos malas. Una vez que se están haciendo las cosas correctamente, entonces sí tiene sentido hacerlas ‘bien’ con la ayuda de la eficiencia, entre otras herramientas”. La ecoefectividad, pues, es el nuevo paradigma para el diseño de nuestro mundo. Es un cambio de perspectiva que obedece y conserva los ciclos de la naturaleza y que debe asumirse como un compromiso.

 

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