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El día que prohibieron los plásticos

Nuestra vida ha estado marcada por los polímeros, sin embargo, quieren ponerle fin sin sentido

Hay voces que se oponen a los plásticos, y de ser un murmullo, se volvieron un grito, una reprobación y una condena a usarlos, sobre todo en los envases de alimentos y en las botellas de refresco.
La época moderna se llamó la Era del plástico. Pero ya no. Ya tacharon la palabra plástico y la voz Era. Se dan, ahora, bajo esta nueva circunstancia, muchas escenas como éstas:
“No, ya no se puede llevar la mercancía en una bolsa de papel, todo se desparrama. O en una caja”. La fruta, la verdura, la carne…, mojan el cartón y hacen un desastre en el piso”.
“Cuando voy al mercado, los perros lo vienen siguiendo a uno, esperando que algo se caiga. Y es que, como siempre, justos pagan por pecadores. No se vale”.
Eso mascullaba un viejo que salía de la tienda, “y es que prohibieron los plásticos. No saben lo que prohibieron. Todos se quejan”. Los alimentos duran menos sin ellos.
“Mi vecina buscó la vieja lonchera de cuando ella era niña, la de metal, porque no dejaron a su hija en la escuela que llevará sus tortas en bolsas de plástico; ¿pues qué nos pasa?”
Para alimentar el desánimo, la señora de la tienda le dijo al viejo que los refrescos de cristal habían regresado, que se pusieron de nuevo de moda, que las bolsas de papel eran ahora las que servían para envolver las mercancías. Y le mostró las bolsas de plástico que había guardado en su bodega. “Para cuando se arrepientan las autoridades”, le dijo mientras cerraba con llave.
Y todo por el nuevo reglamento del municipio de Querétaro que proscribió el uso de envases de plástico*. A los tres días de protestas, la gente llevaba a escondidas bolsas de plástico.
Y salían los jóvenes con los últimos paquetes de comida chatarra envasada con diferentes tipos de plástico. Pero, para su desgracia, eran los últimos paquetitos”. “Las botellas de cristal se rompen, son pesadas. ¡Van unas muestras!”, gritaba la turba enloquecida, y arrojaban las molotov a los policías con gasolina dentro y una mecha de papel encendida.
Por eso, como muestra de repudio, hubo quien se puso a reciclar las botellas de plástico de los basureros, y no sólo para llevar agua, sino para protestar, arrojándolas como proyectiles.
Muchos recuerdan esos días de revueltas por la prohibición del plástico como los más sombríos: “…de la noche a la mañana las autoridades hicieron desaparecer las envolturas de celofán, y no sólo aquí, en Querétaro, sino en todo México, y pronto no sólo en el país, sino en toda América, tanto en el Norte como en el Sur”, comentaba el viejo a la dueña de la tienda.
En unos meses ya no había plásticos, ni rastro de ellos. A excepción del que escondían los basureros y las islas de polímeros en los remotos mares del Pacífico y el Atlántico.
Claro, como siempre, los vecinos más mañosos se volcaron de un día para otro a la clandestinidad. Se transformaron en contrabandistas de plásticos.
El plástico, por cierto, cobró valor por ser un bien escaso. Años después del decreto, el viejo siguió sin creer lo que estaba viviendo: “Fui al baño y prendí la luz, pero no con apagadores de plástico, sino de porcelana. Tampoco había cepillo de dientes, sino de marfil y cerdas naturales”.
Estaba asombrado: “…era como si un mago hubiera borrado de todos los escenarios de la vida cotidiana no sólo los envases, las bolsas y las botellas, sino todos los plásticos”.
La ropa ya no era de plástico, los ganchos en donde se colgaba eran de metal; no había discos, ni LPs, ni CDs, ni DVDs, ni siquiera un aparato de sonido, nada.
La Era de los Plásticos había terminado, y el nuevo siglo le daba la espalda a los polímeros.
El viejo le dijo a la señora de la tienda que se había habituado tanto a los plásticos que para él no era concebible el mundo sin ellos, aunque estaba consciente de que, en la larga historia de la humanidad, muchas generaciones habían carecido de ellos (y habían sobrevivido). Pero, “¿Regresarán los plásticos en el futuro?”, preguntó con nostalgia cuando le daba la última mordida a una dona bimbo, luego de descongelarla, empacada, quizás, con el último pedazo de celofán en todo Querétaro.
*QUE SIEMPRE NO.
¿Se acuerdan que Querétaro se había apuntado a ser el primer municipio con una normatividad para borrar de la faz de la tierra a los envases de plástico, aduciendo que en el municipio se entregan diariamente dos millones de bolsas de plástico desechables, que generan ocho toneladas de dióxido de carbono?
Subrayan, que al relleno sanitario llegan casi 100 toneladas de bolsas de plástico al día. Además de ello, cada una de las bolsas de plástico, exclaman, “tarda en degradarse entre 100 y 500 años, dañando en ese tiempo los ecosistemas terrestres y acuáticos”.
De acuerdo con la autoridad municipal, esta disposición “es resultado de un diagnóstico que determinó que el uso de estas bolsas es sumamente nocivo para el medio ambiente”.
Pero ahora resulta que la Ley antiplástico (por las elecciones) se vio obligada a postergarse y de paso el municipio de Querétaro dejó de lado “la oportunidad de ser el primero en el país en aprobar una medida drástica como ésta para el cuidado medioambiental”.
La reglamentación iba a entrar en vigor el pasado 1 de abril pero fue pospuesta para su aplicación hasta el mes de agosto y es probable, dicen, que otros municipios del país la tomen como modelo, pese a la inconformidad de las grandes cadenas comerciales que protestan porque tienen reservas en sus bodegas para los próximos dos años: “y un eventual cambio a los materiales resulta muy costoso”, esgrimieron muy compungidos.
 

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