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El plástico en la Nueva Normalidad: un material esencial antes y ahora

Por Mauro Barona

Para circular por el mundo, la gente más consciente, la que cree que protegiéndose protege a los demás, se pone mascarilla o tapabocas, careta protectora, lentes de plástico de cirujano o goggles gruesos y se unta un montón de geles y otros preventivos de toda clase para hacerle frente a la pandemia de COVID-19. El plástico en la Nueva Normalidad se ha convertido en un material esencial, pero realmente, siempre lo ha sido.

En Sudamérica, para evitar todo eso, tres empresarios que buscan apoyo financiero, han creado una burbuja de plástico en forma de casco de astronauta para combatir al COVID-19. Según ellos, son seguras, cómodas y confiables. Idearon la burbuja para proteger al personal de servicios comerciales, al de salud y a las personas que viajan en avión.

Dicho casco fue ideado en Colombia, por Andrés Felipe Giraldo (ingeniero aeronáutico), José Fabián Carmona (especialista en materiales aeronáuticos) y Ricardo Andrés Conde (diseñador industrial).


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Y ya que nos vamos a enfundar en plástico, cabe ver también otra opción, una burbuja personalizada realizada en plástico ETFE, un polímero de elevada resistencia a los rayos ultravioleta. El sistema de filtrado de aire funciona en este caso gracias a un pequeño motor eléctrico alimentado por energía solar con paneles en la parte superior y una batería ubicada en la mochila que alimenta la bomba de aire y los ventiladores que purifican el aire a través de filtros intercambiables.

El plástico en la Nueva Normalidad: un material esencial antes y ahora
Esta protección plástica propone un espacio personal que filtra el aire exterior.

¿Plástico en la Nueva Normalidad? Toda la vida rodeados de plásticos

La cuna es de plástico, así como la silla donde nos sientan de bebés para darnos de comer, o el carrito donde nos pasean, o la cuna donde nos duermen (haga un repaso, un breve esfuerzo de memoria y recuerde toda su relación con los plásticos etapa por etapa de la vida), hasta llegar a la bolsa negra, ahora tan en boga, que es, en un descuido, donde nos van a meter; se dice que una sola fábrica puede confeccionar a diario entre dos mil y cuatro mil bolsas de plástico reciclado que, durante esta crisis sanitaria, debe servir “como saco para transportar cadáveres de fallecidos por COVID-19”.

Un empresario de bolsas para basura del Estado de México halló una salida para el reciclaje –y la describió a los periodistas–: «…son unas bolsas de una medida diferente; miden 2.5 metros de largo y 88 centímetros de ancho. Son muy gruesas porque tienen que resistir un peso máximo de 200 kilos; es el tope al que nos comprometemos».

Lo cierto, dice ese empresario, es que la demanda de bolsas para meter cadáveres va en ascenso, y “ya todos las quieren fabricar”; hay una demanda enorme, “…ahorita no nos damos abasto, es muchísima la cantidad de gente que quiere materia prima para fabricar esa bolsa.”

Los iglús para celebrar

En algo menos tétrico, hay que celebrar que el plástico también sirve para juntarnos con nuestros parientes en esta difícil época, por lo menos eso hacen en algunas ciudades grandes de Estados Unidos y Europa.

Y no se trata de los famosos separadores de plástico, que han ayudado en otras estaciones del año a convivir y caminar por las calles, sino espacios en forma de iglú, como las que se pueden apreciar ahora mismo en Fulton Market, en el distrito gastronómico del centro de Chicago.

Los iglús, que varios restoranes han instalado en plena vía pública, lo hacen sentir a uno en un entorno fuera de este mundo. En cada iglú caben grupos de seis, y no sólo sirven para quitarse el frío en esta temporada invernal, sino para poner coto a la pandemia de covid-19, que no cede en su segunda oleada.

El Fulton Market de Chicago está repleto de cápsulas de plástico que fomentan el distanciamiento social en medio de la pandemia. En Europa está causando sensación, y el iglú es una de las ubicaciones más solicitadas de los restaurantes, porque no sólo se está al aire libre disfrutando de una buena comida, sino que además ofrece la oportunidad de ver pasar el gentío y disfrutar el trajín de la ciudad.

Pese a que la medida pueda parecer un intento desesperado por aumentar el volumen de negocio en los meses de invierno (y con la pandemia encima) la realidad es que varias de las ciudades en las que han comenzado a aparecer estas estructuras ya presumen de un éxito colosal.

La iniciativa, que ha cundido en ciudades con clima riguroso en todo el globo, ha cambiado por completo el panorama económico previsto para los meses posnavideños y previos a la primavera cálida. Por un lado, la terraza de cada restorán, que siempre había permanecido desierta en estas fechas invernales, ahora se llena con cada turno de cocina.

El plástico en la Nueva Normalidad: un material esencial antes y ahora
Fabio Trabocchi Restaurants.

Seguridad, ante todo

Por lo pronto, Michael Knight, profesor de medicina en la Universidad George Washington, opina que las burbujas protegen a los comensales en las cenas entre sí. Y comenta que «…si es una reunión [por iglú], entonces eso realmente separa o reduce el riesgo de transmisión de otros comensales que están fuera de ese recinto».

Pero también, acota, “pueden surgir problemas de seguridad dependiendo de quién esté en esa burbuja de plástico contigo”. Knight dice que el aire dentro de esa burbuja está esencialmente atrapado, lo que podría crear algo parecido a un efecto invernadero.

Si bien la investigación sobre la transmisión dentro de estas burbujas de plástico aún no existe, al académico le preocupa el posible aumento del riesgo de transmisión entre los clientes que se sientan dentro de la burbuja o el domo, dependiendo de su flujo de aire. Y advierte: «Si no hay flujo de aire y es un espacio cerrado tan pequeño, el riesgo de transmisión de usted y de otra persona en ese iglú es extremadamente alto», asevera.

En algunas ciudades las autoridades han destacado algunas pautas sobre los domos de plástico, donde asientan que dichas cúpulas no pueden recibir a más de seis invitados y deben limpiarse y desinfectarse entre reunión y reunión.

También califican a la instalación como un comedor interior y, por lo tanto, exige que deben tener cinco cambios de aire por hora. Los restaurantes, motu proprio, alegan que están tomando todas las precauciones necesarias para que sus burbujas sean seguras.

Existen restaurantes iglú con un calentador eléctrico. En éstos, los empleados se esmeran con rigor en cuanto a la limpieza y desinfección de cada rincón de estos hemisferios tan llamativos. De hecho, cada iglú tiene solapas con cremallera y ventanas para facilitar el flujo de aire. La puerta, a discreción del cliente, se puede dejar abierta.

Cada reservación tiene un intervalo de 30 minutos a una hora mientras los iglús se abren y ventilan. El personal también está usando «nebulizadores», con «niebla desinfectante de grado hospitalario y apto para alimentos» para esterilizar óptimamente las burbujas.

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