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La catástrofe climática: ¿Aún le importa a alguien?

La cumbre mundial sobre el clima celebrada en Nueva York en septiembre de 2019 concluyó sin resultados dignos de mención: Estados Unidos y China, los dos principales emisores de CO2, responsables conjuntamente del 41.8% de las emisiones globales, no participaron en los compromisos acordados. Sin embargo, la relación entre la emisión de CO2 y el cambio climático es evidente.
Ante este panorama, ¿por qué se muestran Estados Unidos, China, India y tantos otros países tan reticentes a la hora de generar electricidad a partir de energías renovables? La incómoda verdad es que las energías renovables cuestan más del doble que las energías convencionales.
En Alemania, por ejemplo, sólo un 20% del consumo eléctrico se obtiene a partir de energías renovables. Una solución podría ser aplicar medidas de ahorro energético (por ejemplo, aislar los edificios), pero esto también supondría invertir enormes cantidades de dinero. En este sentido, los países emergentes temen no poder seguir siendo competitivos u obstaculizar su crecimiento si invierten en energías renovables.
Hace algunos años, la energía nuclear y la energía hidráulica (14% y 17% de la producción eléctrica mundial respectivamente, según datos del 2011) parecían ser una salida a este dilema. Pero desde el accidente de Fukushima, la energía nuclear está en tela de juicio (Alemania, por ejemplo, decidió desde 2011 ir desconectando poco a poco todas sus centrales nucleares). Además, los costos de seguridad de dichas centrales y del almacenamiento de los residuos nucleares han crecido considerablemente.
En cuanto a la energía hidráulica, ya no es tan “limpia” como se pensaba, porque los “buenos” emplazamientos para este tipo de energía ya se han acabado. El proyecto de la presa de las Tres Gargantas de China, por ejemplo, generó más destrucción medioambiental que las centrales de carbón comparables; la presa en construcción de Belo Monte, en el río Xingú (Amazonas), que será de una envergadura similar, producirá asimismo daños de proporciones gigantescas al medio ambiente, en caso de que se llegue a terminar el proyecto.
Ante esta situación, no es de extrañar que el tema del calentamiento global se aborde con resignación. Cada vez hay más gente que cree que el cambio climático no existe, que las predicciones del clima son falsas o que hasta el momento las fluctuaciones se han mantenido dentro de los parámetros normales. Además ¿no sería más barato luchar contra los efectos del cambio climático (si se llegara a producir) que contra el propio cambio climático?
En los programas de los grandes partidos políticos de todo el mundo, el problema del calentamiento global ha pasado a ser un punto de importancia secundaria, y el enfoque de “tenemos que actuar ahora mismo si queremos salvar el mundo” ha perdido impulso. La crisis financiera y las deudas de los países arrasan con lo que queda de los presupuestos para inversiones.
Sin embargo, el sueño de un entorno limpio y vivo sigue vigente; los bosques y los ríos deben conservarse para las futuras generaciones, es preciso volver a humanizar las megaciudades en todo el globo terráqueo, y la idea de calidad de vida sigue estrechamente ligada a un planeta “sano”.
Por el momento, parece no ser  posible utilizar energías renovables baratas para poder mejorar nuestra calidad de vida al mismo tiempo.

Contribución de la logística a la emisión de CO2

Según la Agencia Internacional de Energía, en el año 2017 las emisiones globales de CO2 se repartían de la siguiente forma: 41% electricidad y calefacción, 24% industria, 14% transporte privado, 10% transporte de mercancías, 8% construcción y 2% “otros”. En el campo de la logística, el CO2 se genera durante los procesos de transporte y almacenaje.
Del 10% de emisiones correspondiente al transporte de mercancías, el tráfico de camiones supone claramente la mayor parte (más de ¾). Otros medios de transporte consumen bastante menos energía, pero por desgracia, las posibilidades de aumentar el tráfico marítimo y ferroviario son muy limitadas y, aunque el transporte aéreo consume muchísima energía, su cuota total es muy pequeña.
Las perspectivas son, por lo tanto, desfavorables, pues hasta la fecha, el tráfico de camiones siempre ha crecido más que el producto bruto mundial. Es muy probable que continúe siendo así en el futuro, ya que el mundo se reparte cada vez más las tareas y se globaliza y, en consecuencia, el transporte se intensifica.
Estimar la contribución de los centros de distribución al nivel de emisiones de CO2 es más complicado, ya que las estadísticas engloban esta actividad dentro de “industria”, pero probablemente no supere el 1% de las emisiones mundiales. Cabe destacar que únicamente en los sistemas de almacenaje altamente automatizados la cuota de almacén representa una parte digna de mención de la emisión total dentro de la cadena de suministro.
Lamentablemente, también en el caso de la logística, los esfuerzos por reducir las emisiones se ven neutralizados por el incremento sobre proporcional de las necesidades de transporte de mercancías (comparado con el incremento del producto interior bruto de los países).

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